miércoles, 23 de abril de 2014

Ali Bey, el español que redescubrió Oriente en el siglo XIX

Domingo Badia, nacido en Barcelona en 1767, y más conocido como Alí Bey, fue un espía de Godoy y de Napoleón enviado para controlar a los ingleses en el mundo musulmán a través del Imperio Otomano de la época.

En el año 1803, por encargo de Manuel Godoy (Primer Ministro de Carlos IV), emprendió un largo viaje por territorios musulmanes, haciéndolo camuflado como notable musulmán descendiente de los Abbasíes y bajo el nombre de Ali Bey el-Abbasí. Sus viajes le llevaron a Marruecos, Argelia, Libia y diversas regiones del Imperio otomano (Egipto, Arabia, Siria, Turquía y Grecia), visitando regiones en las que nunca antes había estado un occidental.


El 5 de abril de 1810, es nombrado alcalde de la ciudad de Córdoba por José I, donde introdujo el cultivo del algodón, la remolacha y la patata; ostentando este cargo por espacio de 15 meses hasta el 14 de julio de 1811.

En 1816, se difunde su obra por toda Europa Travel of Ali-Bey entre 1803 y 1807 publicado en dos volúmenes, en Inglaterra, Alemania y Francia. En 1818, salió de París con el nombre de Alí-Othman siendo descubierto por los servicios secretos ingleses que lo envenenan en Damasco. Invitado a comer por un Pachá tomó su última taza de café.

Hombre extraordinariamente culto, astrónomo y cartógrafo entre otras habilidades, recorrió Marruecos, Argelia, Túnez, Grecia, Turquía, Arabia, Palestina y llegó a Damasco, siempre disfrazado de árabe, guisa en la que entró en La Meca, siendo el primer español en hacerlo y el primero en dibujar la posición geográfica y los templos. Escribió un magnífico relato publicado en francés: Voyages d’Ali Bey en Afrique et en Asie de tres volúmenes y un atlas, con magníficas descripciones geográficas, zoológicas, botánicas, antropológicas y etnológicas de regiones prácticamente desconocidas en Europa.


Su obra es un clásico de la literatura de viajes e influyó en grandes exploradores posteriores como Richard Burton, que repitió la proeza de entrar en La Meca y Alexander von Humboldt.
 
La misteriosa identidad de Alí Beu permaneció oculta hasta 1836.

sábado, 12 de abril de 2014

Anacrónicos en una ciudad con bruma

En mayo sale a la venta la segunda edición de "La ciudad de la bruma" (2010) de Daniel Hernández Chambers, con cambio de cubierta y de formato, ambientada en el Londres victoriano de finales del XIX. Versatil Ediciones reedita la novela y nos hace mucha ilusión anunciar que en la portada aparece Víctor Plata, uno de nuestros miembros de Anacrónicos Recreación Histórica que cedió su imagen realizada por Rossend Photography para la cubierta.
 
Al caer la tarde, la bruma desciende sobre la ciudad y las siluetas de los edificios y de las personas se difuminan. Allí donde mires puedes descubrir fantasmas. En la oscuridad acecha el mal.
Varios personajes deambulan por las calles: una joven perdida, un hombre al que acusan de ser un monstruo, un asesino y un muchacho que busca un recuerdo.
 
Sinopsis:  El joven William Ravenscroft recibe un encargo que no puede rechazar: la mujer que siempre ha cuidado de él le pide que encuentre a su hija y, para intentar localizarla, William tiene que adentrarse en un lugar en el que le aguardan peligros, secretos insospechados y toda una galería de personajes que cambiarán su vida, los siniestros barrios del East End londinense.

  

Aquí os dejamos un enlace al facebook oficial de la novela

jueves, 3 de abril de 2014

La tuberculosis, una enfermedad nada romántica

Si una enfermedad aterraba a la sociedad victoriana del siglo XIX, junto con la sífilis, era la tuberculosis, más conocida como tisis o consunción.


Es una enfermedad infecciosa, causada por una micobacteria y puede afectar a distintos órganos, siendo el más conocido el pulmón (también puede atacar a los huesos) y relativamente fácil de diagnosticar: fiebre a última hora de la tarde, sudoración abundantísima (sobre todo por la noche) y el llamado síndrome general o de las tres A, (astenia, anorexia y adelgazamiento). Más adelante aparece la expectoración acompañada de sangre (hemoptisis).
 
 
Se sabe que es una de las enfermedades que ha convivido con la humanidad casi desde los orígenes de la civilización, aunque apenas hay registros de su incidencia hasta el siglo XVIII. Parece que esta época fue el periodo de mayor extensión, sobre todo si tenemos en cuenta cómo se propaga, muy parecida a la gripe y las condiciones en que vivía la gente (hacinamiento, frío, mala alimentación, jornadas de trabajo "esclavistas"). Otra teoría muy curiosa e interesante habla de competencia entre especies. Parece ser que la bacteria causante de la lepra es prima hermana de la que causa la tuberculosis. Durante la Antigüedad y la Edad Media ambas conviven, com mayor prevalencia de la lepra. Después, por mejor adaptabilidad, será la tisis la que permanezca, arrinconando a la lepra.
 
 Los términos que se usan para denominarla en casi todas las sociedades hacen referencia a las acciones de "secar" o "consumir".

 

Dos imágenes distintas de Charlotte Bronson: la de la izquierda, realizada hacia 1850, muestra a la joven en perfecto estado de salud a la edad de 18 años. Poco tiempo después contrajo la tuberculosis dejándola con la apariencia que recoge el retrato de la derecha. Murió en 1856 a consecuencia de ella.
 
La clínica de la tuberculosis, palidez, cansancio, adelgazamiento y "consunción", en una época donde triunfan unos canones estéticos que coinciden en gran medida con esta clínica, concederá a la tisis un aura romántica muy marcada. Si sumamos el tratamiento que recibían los enfermos que podían pagarlo, tendremos una imagen muy clara del movimiento "romántico". Cuando se diagnosticaba un caso de TBC (con estas siglas nos referimos actualmente a la TuBerCulosis) el médico recomendaba cambiar de aires, generalmente más cálidos. Depende de la moda, unas veces iba bien la montaña (por ejemplo aquí en España) y otras veces se recomendaba la costa. Solían ingresar en sanatorios específicos para este mal, juntándose al final un número importante de personas relevantes socialmente. Dado que no podían trabajar y que la mayoría procedían de ambientes elevados, se propaga la creencia de que su padecimiento provoca "raptos" de creatividad o euforia denominados "Spes phtisica", más intensos a medida que la enfermedad avanza, hasta el punto de producirse una fase final de creatividad y belleza supremas justo antes de la muerte. Todo ello nos muestra una forma de vida ociosa y elitista que favorece en ocasiones el impulso creativo y que aleja a los artistas aún más de toda responsabilidad familiar o social. Ejemplos de artistas muertos a causa de la tuberculosis serían Chopin, Chejov, Moliere o las hermanas Brönte.


Afortunadamente, el desarrollo de la farmacopea tras el descubrimiento de los antibióticos frenó, en el siglo XX, su avance después de haber sido una plaga que mató en los siglos XVIII y XIX en que ya se tienen censos poblacionales, a cientos de miles de personas al año. Algunas personas pudieron sobrevivir, pero desde luego las menos. En lo referente a los sanatorios en la montaña, hasta el descubrimiento de los microorganismos patógenos hubo teorías para todos los gustos. Una de las más extendidas decía que el problema radicaba en las presiones del corazón, que no podía bombear bien la sangre. Por ese motivo, vivir en sitios de altitud mejoraría la enfermedad.
 
El más macabro de los tratamientos, y curiosamente muy extendido, consistía en beber sangre. Los enfermos se acercaban a los mataderos de ganado para recoger sangre. Tristemente, en toda Europa, España incluída, mucha gente estaba dispuesta a dar un paso más por conseguir la sanación, de ahí los sacauntos, sacamantecas y "chuchonas", personajes que hoy solo sirven para asustar a los niños, pero que antes de la guerra civil se dedicaban a secuestrar niños, pobres en general, para asesinarlos y sacarles la sangre y "las mantecas" o "untos", como la famosa vampiresa de Barcelona.